Ni en la penumbra de las máscaras, ni en la soleada claridad de nuestra propia desnudez somos diferentes de quienes somos. No existe disfraz que nos oculte de nosotros mismos, somos lo que somos y hay lo que hay, fin. Lo que enseñemos hacia fuera o queramos reconocer dentro es otra cosa. Realmente no existe el pasado, ni el futuro, solo el ahora y olvidar esta perogrullada* a poco que meditemos es lo que nos hace sufrir horrores en muchísimas ocasiones. Solo existe el yo de ahora mism-O. Este que acaba de leer esta -O final. Solo existe este instante y nosotros en él. Nada más.
Resulta que un blog, además de para muchas otras cosas sirve
de fantástica máquina del tiempo y girando el reloj tres años
atrás encontré la entrada que podéis leer a continuación
( algunos, volver a leer y a vosotros en ella ;-)
¿ Por qué ?
¿ Por qué ?
Porque habla de máscaras y estamos en carnaval. Porque tengo atascada mi mente y esto ya está escrito. Porque en pasado y presente aborrezco las máscaras, tanto como a mi misma cuando no tengo más remedio que usarla y aun más a los que no se la quitan jamás. Porque me ha sorprendido comprobar que tal cual me sentía hace tres años releyéndome me siento hoy y por ello he pensado que como lo ha sido para mi, podía ser un experimento curioso para algunos de vosotros releeros si comentasteis en el carnaval de 2012 ;) Si fue así, buscaré vuestro comentario y lo pegaré al lado del que me dejéis ahora 3 años después. A los que entonces no pasabais por aquí o pasando no dijisteis nada, a los que leáis por vez primera, comentéis o no, si estáis viendo esto ahora mismo, sin máscara, de corazón, en este preciso instante. Mil gracias directamente desde mis letras... a vuestro ojo ; )
-. 2012 .-
Allí, en la penumbra se preguntaba ¡qué pintaba alguien como ella en pleno siglo XXI! enferma crónica de idealismo trasnochado, adicta al cariño, hipersensible, humanista y vitalista incurable. Un completo desastre que sobrevivía sin medicación, ni tratamiento paliativo de ningún tipo. Pasando a pelo y como podía de su alegría irresistible -casi inexplicable- a la tristeza absurda y delirante seguida de llanto sonriente u ondulante, según climatología. De la locura transitoria emocionante, a la impotencia calorífica que le subía desde los tobillos como un relámpago hasta la sien con las tonterías que soltaban los idiotas encantados de haberse conocido. Sobre todo, le dolían los malos. Le enfermaba verles hacer daño, sacaban lo peor de ella. Soñaba estamparles en la frente el “MALO” así, ¡bieeen visible! para que todo el mundo fuera sobre aviso.
Los impactos de hipocresía sincera la noqueaban, tanto como las mentiras amistosas o el afecto de baratillo. Sufría cada empujón de mosca, lloraba con los cocodrilos y sonaba los mocos a las focas contagiándose sieempre con su catarro. Cuando todo pasaba, se reconstruía. Era experta en sutura, a penas se notaban las cicatrices y además, curaba rápido, pero era cierto, en muchísimas ocasiones se sentía descolocada en el tiempo, anacrónicamente desubicada.
Para los momentos críticos únicamente contaba
con su disfraz-armadura para protegerse.
Impecable. Milimétrico, al detalle. Confeccionado con sumo cuidado a su medida. Perfectamente ajustado a su cuerpo, ni una arruga, nada que delatara lo que escondía debajo. Su supervivencia dependía de la precisión de su diseño. Cuando tocaba colocárselo había aprendido a incorporarse tan perfectamente a él, al papel que debía interpretar que salvo los muy expertos, nadie notaba el más mínimo fallo en su actuación. No había teatralidad, ni sobre actuación. No había estridencias, todo medido y equilibrado, se diría que la flema inglesa había sido su hábitat natural. Cordial, contenida, segura y controlando la situación. Programada para que ninguno de sus gestos delatara la más mínima sensación de sentir nada. Imperturbable, nada de lo que ocurría dentro, asomaba fuera. Mar en calma, navegara por aguas procelosas, torrenteras enloquecidas o cenagales. Eso le permitía su disfraz, aguantar el tipo frente a los demás pasara lo que pasara... durante un tiempo.
A solas, cuando se despojaba de él, caía exhausta, agotada. Los músculos que hasta entonces permanecían tensionados sustentando su cuerpo en perfecto estado de revista, se desmoronaban como un amasijo de hierros retorcidos. Tomaba aire, cerraba los ojos y permanecía acurrucada un ratito en un rincón mientras pasaba lo peor. Después, bajo el chorro incandescente de la ducha, volvía en sí.
Llevaba tanto tiempo participando en su particular carnaval veneciano, que ahora, escuchar el bullicio de la gente en la calle le aturdía. Le resultaba incomprensible aquel montaje enloquecido bajo muecas esperpénticas, sonrisas estridentes, disfraces y máscaras. Se preguntaba ¿ cómo podían disfrutar tanto disfrazándose por puro placer? ¿ por qué ese deseo desesperado por ser alguien distinto ? para ella no existía nada más agotador. Sentía el mismo escalofrío que le producían las agujas para tatuarse la piel, algo igual de doloroso y absurdo ¿agujerearse la piel por gusto? le costaba entenderlo.
Envolvió su pelo en una toalla, apoyó la cabeza en
la almohada deslizando su cuerpo hasta perderse
bajo el edredón acurrucada. Allí tranquila
cerró los ojos y al instante se encontró
a gusto sola con ella misma
pensando en...
Nada.
Un beso